viernes, 3 de agosto de 2012

Cap. 3: El Inquilino

Luis se despertó frente a la pantalla de su ordenador. Estaba abierto el documento que contenía el artículo que Luis se había guardado. Miró la hora, eran las doce de la mañana, la luz funcionaba perfectamente.
-fue todo… ¿un sueño? –Luis no distinguía la realidad  del sueño en ese momento, miró atentamente a su alrededor –era tan… real.
Luis volvió a mirar el artículo, fijándose en el nombre del niño secuestrado, Jacques Gilbert. ¿Tal vez podría ser el anciano del tren? ¿Y si, de pequeño, fue secuestrado por un hombre con traje y se pensara que era Slender? Con los años, tendría un trauma y se obsesionaría, hasta el punto de querer suicidarse… pero las piezas no encajaban, era poco probable que el concepto de “Slenderman” existiera por aquella época, además, el anciano dijo que llevaba siendo perseguido diez años, pero por otro lado, tenía sentido: Jacques tendría 15 años en el 75, en la actualidad debería tener unos 50 años, sabiendo el estado de locura en el que se encontraba, incluso podría ser más joven. Luís quiso desvelar el misterio, así que cogió su mochila con las llaves y su cartera, se vistió y fue raudo hacia la estación de nuevo, el único lugar donde podría encontrar de nuevo a Jacques. Sábado al mediodía, las calles abarrotadas de gente, Luís cogió un atajo por las callejuelas de Barcelona.
-odio que se acumule tanta gente…
Luis fue caminando con tranquilidad, memorizando todo lo que tenía hasta el momento. Uno de los “problemas” de Luis es que a veces es muy lanzado, sin saber las cosas bien o como hacerlas, trata de lograr su objetivo ciegamente. Sabía que debía ponerse a pensar antes de actuar, pero era demasiado impulsivo.
 Luis andaba por las oscuras y abandonadas calles de Barcelona, le gustaba estar solo y poder pensar en sus cosas sin que nadie le molestara. En un momento dado, Luís pasó por una callejuela que desprendía un olor putrefacto, se paró un momento a  analizar el olor y miró a su alrededor. Todo parecía normal hasta que miró detrás de él, en la salida de la callejuela se abría un pequeño banco de niebla que no dejaba ver nada a Luis, pero entre la niebla se distinguía una sombra, la misma que vio en el portal. Asustado, Luis empezó a correr en dirección contraria, siguiendo el camino memorizado. Mientras corría, unos extraños susurros entraron en la cabeza de Luís, le hablaban en una lengua extranjera y en tono amenazante. Al fin, Luis salió de las callejuelas y casi entra de lleno en la carretera abarrotada de coches. Miró atrás, ya no había peligro, el corazón le palpitaba a mil por hora, pero cruzó la calle para seguir, la estación estaba a la vuelta de la esquina.
Luís llegó a la estación de nuevo, dispuesto a descubrir cualquier cosa del anciano, quien sospechaba que era Jacques Gilbert. Nada más entrar vio a toda la gente yendo de un lado para otro con prisas. El ruido no dejaba escuchar los mensajes grabados que salían de los altavoces. Luís fue directo hacia la recepción, para preguntar dónde podía denunciar, a la vigilancia de la estación, la desaparición de Jacques. Pero de pronto, oyó una voz lejana, camuflada entre el ruido, miró a su izquierda y vio a un perdido chico que preguntaba a cualquiera que pasara a su lado.
-Disculpe… eh, perdone, pero… –nadie le hacía caso, pero Luís sí que se fijó más en él.
Era rubio, de pelo no muy largo, sus ojos eran azul claro y aparentaba unos 23 años. Luís se acercó al chico, le comprendía a la perfección, en más de una ocasión se había encontrado en una estación desconocida, perdido y sin que nadie le hiciera caso. Tal vez por compasión o comprensión, Luís decidió ayudarle.
-¿Necesitas ayuda?
-Oh… si, por favor. Verá, busco…
-espera, aquí hay mucho ruido. Mejor fuera. –Luis y el chico salieron de la estación y el ruido cesó por completo– mucho mejor… aún no me has dicho tu nombre.
-Jacob Gaspard Eugene, un placer. ¿Y usted…?
-Luís Porter Codina. Y no me trates de “Usted”, por favor. Ahora dime, ¿en qué puedo ayudarte?
-pues… es mi primera visita a Barcelona, y no es precisamente de placer, por lo que no pude organizármelo bien y no sé dónde hospedarme.
-conozco un hostal de precios muy módicos por aquí cerca… pero no nos quedemos aquí en medio, vayamos a algún bar.
-no tengo dinero a mano…
-¡eso no es problema! –dijo Luis, sacando su cartera.
Luís invitó a Jacob a un café en una terraza cercana al parque Güell. Mientras se lo tomaban con calma, Luís miró atentamente a Jacob y recordando sus apellidos: “Gaspard Eugene”… lo había oído antes, estaba seguro.
-así que… eres francés, ¿eh, Jacob?
-sí, de un pueblecito cerca de París.
-pues hablas muy bien el español, ¿tienes familia por aquí?
-no, pero mis abuelos eran españoles, durante la Guerra Civil tuvieron que huir a Francia. Mi padre y posteriormente yo fuimos educados en español.
-interesante… y dime, ¿qué te trae por Barcelona?
-pues es precisamente… mi padre. Desde que mi madre murió hace unos años está destrozado y dejó una nota diciendo que quería ir a Barcelona y se había fugado. Iré a demandar su desaparición a la policía.
-vaya… pues espero que le encuentres. A un par de manzanas en esa dirección hay un hostal llamado Alogar, es barato y creo que tienen folletos informativos por si quieres visitar la ciudad.
-muchas gracias. Bueno, creo que tendría que ir al hostal ya. Un placer. Sr. Luís
-de nada, hombre. A ver si nos vemos otro día. ¡Oh, y suerte con tu búsqueda!
Luís y Jacob se despidieron mutuamente y cogieron caminos separados, Jacob a hostal, y Luís a su apartamento. Nada más llegar, Luís se puso a hacer unos fideos rápidos y le dio un buen trago a la lata de cerveza. Seguidamente, fue a su cuarto dispuesto a chatear en su ordenador o mirar sus páginas habituales. Nada más sentarse en la silla de escritorio y mirar la pantalla, vio atónito de nuevo un mensaje en las Notas Rápidas: “Вы наступны”. La misma frase de nuevo.
-no puede ser –dijo Luís, levantándose rápidamente de la silla –pero… ¡si fue un sueño! Fue un sueño… –repetía una y otra vez.
Luís miró el reloj del ordenador, las ocho de la tarde, ya casi había  anochecido por completo, pero todos los recuerdos del sueño volvieron, las sombras, la luz, aquel ser… no eran un sueño, Slender existía, estaba seguro. Jacques lo sabía, y lo había sufrido durante diez años. Ya se decidió, salió de la casa y arrancó su Ford Kia, el cual casi nunca usaba para moverse en la ciudad, y fue directo hacia la estación. Entro lo más rápido que podía, impetuosamente había decidido ayudar a ese hombre como fuera. Fue a recepción.
-vengo a demandar una desaparición. Ayer por la noche un hombre desapareció en uno de sus trenes.
-¿sabe usted el nombre?
-Jacques Gilbert
-… no nos consta ningún billete a nombre de ningún Gilbert, ni de subida ni de bajada.
Luís pensó un momento, ¿y si Jacques nunca hubiera bajado del tren? O, al menos, no en la estación. Luís volvió raudo al coche, Jacques debía estar en las vías, o en algún lugar entre la estación de Barcelona y Badalona, ya era de noche. Tan curioso e impetuoso como siempre, comenzó a pensar en Jacques y en la criatura. Si de verdad existía, Jacques no desapareció por sí mismo, Slender se lo llevó. La única esperanza de Luís era que el hombre siguiera allí, en las vías, así que fue directo a la autopista, calculando el lugar preciso donde Jacques desapareció. Recordaba que debía ser cerca de la playa, ya que poco antes miró el mar desde la ventana, así que siguió las vías del tren desde la carretera buscando una zona cercana a la playa. Al fin encontró una zona que coincidiera, pero la carretera se desviaba. Se bajó del coche y avanzó un poco más, había una valla que impedía el paso, más allá de esta solo oscuridad. Volvió al coche, cogió una linterna y saltó la valla, comenzó a caminar al lado de las vías, observando atento. Solo veía lo que alumbraba la linterna, las grises nubes tapaban la luna y las estrellas. Mientras caminaba, comenzó a mirar a su alrededor, el camino era llano, se oían las olas del mar al otro lado de las vías. De pronto, vio una sombra a lo lejos, comenzó a correr hacia ella, alumbrándola con la linterna, pero de pronto se dio cuenta de que no era natural, se movía de forma lúcida, y los brazos eran tan largos que llegaban al suelo. Uno de ellos comenzó a alargarse en dirección hacia Luís, hasta que una mano negra le atravesó el pecho y cayó al suelo. La linterna se le había caído también y fue rápido al cogerla de nuevo y alumbrar a la sombra, pero ya no estaba. Se levantó y fue hacia donde la había visto, una neblina empezó a cubrirlo todo. Siguió caminando, mientras volvían aquellos susurros, de pronto vio una luz difuminada entre la niebla, fue directa hacia ella y viendo que no era una, sino varias. Cuando logró llegar a aquella luz y la niebla se disipó, vio dos coches de policía y una ambulancia. Se acercó más y vio que tras un cordón policial estaba el cadáver de Jacques en el suelo, muy cerca de las vías. Había una marca de sangre que salía de su boca hasta un pequeño charco rojo en el suelo. Un policía se interpuso.
-Aquí no puede estar. –el policía agarró a Luís para que no pasara.
-¡yo conozco a ese hombre! ¡Estaba ayer en el tren!
-¿¡como dice!? –el policía le soltó un segundo y Luís se acercó más al cadáver.
Desprendía un olor putrefacto y tenía sangre en su mano izquierda. Al lado de la mano había un extraño símbolo escrito con sangre: un círculo algo grande con una X que lo atravesaba saliendo los bordes de la X del círculo. El policía volvió a agarrar a Luís y pretendía arrastrarlo lejos del cadáver.
-tienes muchas cosas que explicarnos, joven…

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