Cap. 11 La Hora de la Verdad
Luís notaba la presión en su
cabeza y se levantó de la silla para poder llegar a la cama, sobre la que se
desplomó enseguida. Tras colocarse entre las sábanas y adormecerse, hizo un
último esfuerzo para ver la hora de su reloj de pulsera. Eran las siete de la
tarde, se oía una potente lluvia en la calle y se avecinaba tormenta. Jacob se
sentaba en su cama, observando el revólver, lo recordaba muy bien de las ocasiones
en las que su padre lo usaba pensando que algo le perseguía. Pero aun así, ¿Por
qué la tenía Luís? ¿Por qué la escondía? Todo apuntaba a una única respuesta:
Luís era el asesino de Frederick, su padre. La policía le había avisado de
ello, había estado en la escena del crimen, tenía el revólver de Frederick, se
escapaba de casa y volvía tarde sin llegar a concretar donde había estado o que
había hecho. Pero quedaba una pregunta que torturaba a Jacob: ¿Qué iba a hacer
con él? Lo mejor que podía hacer era actuar como si nada hubiera pasado, hasta
encontrar el modo de escapar. Se escondió el revólver en su espalda y cruzó el
pasillo hasta el comedor, donde estaban la puerta que llevaba a la habitación
de Luís, una gran mesa, el sofá, la televisión y un armario desde el que se
veía toda la sala. La puerta del dormitorio estaba entreabierta, Jacob se
acercó con cautela y espió. Luís estaba dormido y tapado por una gruesa manta
de la cama. Jacob aprovechó para entrar sigilosamente y esconder el revólver en
el mismo lugar donde lo había encontrado, al fondo de un cajón del armario de
la habitación. Al cerrarlo, Luís emitió un leve sonido de queja. Jacob lo miró
de un silencioso sobresalto, alarmado, para ver que seguía durmiendo. “Debió
ser una pesadilla”, pensó. Lo observó unos largos segundos, preguntándose como
alguien tan amable que le había ofrecido techo en aquellos días podía ser un
asesino. La única posibilidad que le cuadraba en aquel momento era a su vez la
más horrenda: Solo le quería para alguna otra actividad criminal o, incluso,
para matarlo como hizo con su padre. En aquel momento se retiró de la habitación y cerró la puerta sigilosamente.
En la mente de Luís Slender
acechaba y provocaba pesadillas, nacidas de dolorosos recuerdos. Un dolor
indescriptible torturaba al chico mientras abría los ojos en una nueva
pesadilla; No podía mover brazos ni piernas y un potente foco de luz le cegaba.
Notó a varias personas de blanco moviéndose a su alrededor tomando diferentes
herramientas, cada cual más inquietante que la anterior. Entre las personas
notó una negra sombra que le observaba de brazos cruzados, al principio pensó
que era Slender, pero su rostro poco a poco se difuminó hasta dejar ver su
rostro de ojos verde claro y sin un solo pelo, era Krabe Irinov. Todos hablaban
en un extraño idioma que a Luís le resultaba familiar pero inteligible. Detrás
de Krabe un científico de pelo corto y castaño preparaba un compuesto a espaldas de la camilla donde el
cuerpo en el que se encontraba Luís estaba atado. Tras una pregunta
incomprensible de Krabe, el científico respondió con un “Oui” (Para los que no
sepan de francés, se pronuncia “wi”) y se giró con un matraz que contenía un
líquido azul brillante y tenia una etiqueta con el símbolo de Slender. El
hombre llevaba gafas una larga bata
blanca, Luís se percató de que era uno de los científicos de las fotografías.
Comenzó a acercarse a la camilla y un médico tomó un poco de ese líquido en una
jeringuilla y preparó la aguja. El cuerpo de la camilla comenzó a moverse
nervioso tratando de resistirse, pero un médico le sujetó la cabeza y acercó la
aguja, hasta que un relámpago despertó a Luís de un sobresalto.
La lluvia era intensa y se oían
los relámpagos no muy lejanos. Luís pasó su mano por su frente comprobando que
tenía fiebre. Seguidamente miró la hora en su reloj de pulsera. Eran las nueve
de la noche, pero no le apetecía cenar nada. Vio el ordenador, el cual se había
quedado encendido y, lentamente, se acercó a la silla y se posó con un
movimiento pesado. Rápidamente volvió a abrir su correo y vio en la lista de
chats a su buena amiga Emilie conectada. Viendo un ápice de esperanza en ella
abrió un chat para relajarse un poco.
-hola, Emilie. –Tecleó.
-¡Hey, Luís! ¿Qué hay?
-Nada, aquí, un poco de capa
caída…
-¿Y eso? –Tras formular la
pregunta Emilie tecleó una cara triste.
-Nada, creo que me duele un
poco la cabeza, eso es todo.
-Bueno… ¡espero que te mejores!
Hey, ¿te acuerdas de mi moto? ¿La que me regalaron por mi cumpleaños?
-Claro que me acuerdo. –Luís
esperó a que Emilie contestara y abrió un álbum de fotos virtual que guardaba
en una carpeta.
En una de las fotos salían Luís
y Emilie apoyados en una moto de estilo clásico. Luís sonreía al lado
izquierdo, se miró a si mismo susurrando un “Ojalá todo vuelva a ser como
antes”. A la derecha, apoyando el brazo derecho en la moto, estaba Emilie. Era
una chica joven, de unos 22 años, y bastante atractiva. Tenía los ojos verde
esmeralda y el pelo de un negro intenso que bajaba liso hasta unos centímetros
debajo del cuello. En la fotografía llevaba un vestido negro largo y tacones,
debido a que se encontraban en su propia fiesta de cumpleaños y estaba apoyada
en su nuevo regalo. Entonces sonó el pitido del chat con un nuevo mensaje de
Emilie.
-Pues nada, que no me funciona.
Desde hace una semana y media que, cuando voy a arrancarla, no reacciona bien…
A veces logro arrancarla si me estoy mucho rato, pero aun así da un palo… ¿No
crees?
-Desde luego… Lástima que no
sepa mucho de motos, si no te ayudaría a arreglarla.
-La verdad es que te hecho de
menos… ¡Espero que pronto volvamos a vernos en persona!
-Yo también lo espero…
-Lo siento, Luís. Tengo que
irme a cenar ya, luego hablamos, ¿Ok? Chao.
Cuando Emilie se desconectó,
Luís se limitó a mirar pensativo a la pantalla durante unos largos segundos.
Solo se oía la lluvia de fondo y el ventilador del ordenador si prestabas
atención. Luís se decidió y comenzó a redactar un mensaje en blanco. Las
palabras emanaron solas:
“Sé que puedes leer esto, DR.
Necesito más respuestas. Si has sabido hackear los archivos de la policía
internacional y pudiste aparcar mi coche después del incendio, estoy seguro de
que estás leyendo esto ahora mismo. Tú, por algún motivo que desconozco, sabes
qué está ocurriendo aquí, y yo quiero que me lo cuentes TODO. Aquí y ahora. Me
da igual lo que digas, estoy preparado.”
Luís dejó el mensaje, ni
siquiera lo envió. Solo esperó unos largos minutos, pero al fin DR le contestó
en un chat.
-“¿Estás seguro?”
-Sí –Tecleó decidido.
-“Está bien… ¿dónde nos
quedamos?”
-Cuando Mikael Kernaboyl se une
a la mafia de Krabe Irinov, si mal no recuerdo.
-“Entonces ahora viene la parte
más dolorosa… –Luís prestó más atención al leer aquello y se acercó un poco más
a la pantalla. –Krabe amenazó a Mikael, diciéndole que si no le traía el dinero
le quitaría lo que “más le importaba”. Mikael y su hermano Loik trataron de
huir y se escondieron en una casa vieja que posteriormente fue quemada. Krabe
secuestró a Loik Kernaboyl y le dio una semana a Mikael para pagarle, durante
aquella semana Mikael timó y robó a pequeña escala para lograr recuperar todo
el dinero posible. Pero Krabe aprovechó que tenía a Loik en sus manos… -El
informador tardó en seguir escribiendo en este punto, puede que por dolor o por
duda, pero terminó de escribir:– Y experimentó con él. En un laboratorio de
drogas, junto a muchas más victimas, Krabe supervisó como un equipo de
científicos trabajaban en la creación de una potente droga que alteraría su
ADN.”
El informador le pasó por
correo un archivo con varias imágenes. La primera era una ficha con datos
tachados de un científico de pelo castaño corto, algo de perilla y gafas un
tanto antiguas.
-“Ese es Dominique Romero,
conocido como “Doctor Romero”. Era un científico clandestino contratado por
Krabe Irinov para crear una droga que alteraría el ADN de sus hombres, con el
fin de hacerlos “inmortales”. Romero sabía perfectamente que eso era imposible,
pero mientras pudiera hacerle creer a Krabe que así era, le bastaba. Diseñó un
compuesto químico que soltaría unos gases cuando entrara en contacto con las
neuronas cerebrales las alteraría, dándoles capacidad de autonomía y
pensamiento independiente. En definitiva, le daría “vida artificial”. De esta
manera, aunque el cuerpo dejara de responder y el corazón dejara de funcionar,
la energía de las neuronas buscaría otro huésped y podría seguir viviendo, pero
en otro cuerpo.”
-No acabo de entenderlo –Tecleó
Luís, necesitado de palabras más concisas.
-“En definitiva, Romero había
encontrado el Alma de las personas. Dicen que cuando uno muere, pierde 21
gramos de su peso total. Mucha gente dice haber fotografía un vaho que emana el
cadáver inmediatamente después de morir… Pues bien, Romero tenía la teoría de
que esa esencia vaporosa es la electricidad estática que recorre nuestro
cuerpo. Las neuronas están interconectadas por corrientes eléctricas, la droga
que hizo Romero daba vida propia a esa energía, de modo que, al morir el
cuerpo, pudiera ir a otro huésped y seguir viviendo. Pero lógicamente la droga
estaba en periodo de pruebas, y Loik era su conejillo de indias. Era un cuerpo
joven con una mente limpia e inocente…” –Luís rememoró entonces la última
pesadilla de Slender, la cual no era más que un recuerdo de Loik, de cómo le
inyectaron la droga.
-Y… ¿que pasó después de que se
la inyectaran?
-“Loik pasó dos días con los
ojos completamente blancos y sin poder mover su cuerpo correctamente. La semana
terminó y Krabe, sus hombres, y Mikael quedaron para el intercambio en un
almacén del puerto de Minsk. Pero Mikael solo pudo encontrar apenas la quina
parte del dinero. Krabe mostró su furia y la desató contra Loik. Lo degolló
delante de su propio hermano.”
-Oh dios mio, eso es- –Pero Luís
no pudo pulsar “enter” para enviar el mensaje, cuando notó un gélido aliento en
su nuca. Se giró lentamente, pero antes de poder mirar atrás, Slender entró
dentro de su mente y le provocó una visión llena de dolor y sufrimiento. Luís
comenzó a tambalearse y dar fuertes espasmos contra la mesa de su habitación,
mientras la pantalla se llenaba de Interferencias.
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